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Al cine con Newt Scamander

Recuerdo que, tras haber visto La naranja mecánica por primera vez hace un par de años, nada más llegar a casa y aparcar la bici en el segundo piso del garaje, subí corriendo hasta la puerta, con el corazón en un puño, temiendo que, tras salir del bar lácteo Korova, Alex, Pete, Georgie y Dim se hubieran pasado a hacerme una visita. Después de ver la película, aquello me había parecido tan real que se apoderó de mí un miedo irracional que me obligó a salir corriendo ante la ilusoria amenaza de que una banda de siniestros jóvenes me propinara una ración de ultraviolencia. Cuento esta ignominiosa anécdota porque, ayer anoche, tras llegar del cine, me disponía a entrar en el cuarto de baño cuando vi que desde la puerta entreabierta salía una luz azulada que iluminaba toda la estancia. Entorné la puerta con cuidado, con todos los músculos en tensión, para descubir una especie de murmullo, un zumbido sordo, como un aliento, que venía de dentro del lavabo. En otras circunstancias, me hubiera percatado de inmediato de que la luz azul se debía al reflejo de la luna sobre el suelo embaldosado, y que el monstruo que profería el zumbido no era otro que que el vecino de arriba, cuyas cañerías hacen ruido a veces. Solo que, tras haber visto Animales fantásticos y dónde encontrarlos media hora antes, no fue eso lo primero que se me pasó por la cabeza.

 

Puede parecer exagerado, pero, en perspectiva, creo que este tipo de acontecimientos, de sustos y episodios de realidad aumentada, se dan solo con el buen cine, ese que no solo no te saca de la película durante el visionado, sino que te hace creer que su universo es persistente y sus personajes coexisten contigo tras haber salido de la sala. Sí, exacto, como si todos los personajes de ficción existieran por el mero hecho de pensar en ellos, como ocurre en El mundo de Sofía, la novela de Jostein Gaarder. Lo cual solo puede significar que la nueva iteración fílmica en el universo mágico de J. K. Rowling es, como mínimo, buen cine —por lo menos porque así me he referido a la película de Kubrick—. Y, jamás pensé que diría algo así, pero Animales fantásticos y dónde encontrarlos es un filme muy notable: acción y fantasía con generosas pero bien medidas dosis de humor, guiadas por un guion centrado y frenético, que a ratos parece sacado de la mente del George Lucas de finales de los setenta. Digo que jamás pensé que diría esto porque siempre he tenido mis reservas respecto al universo cinematográfico de Harry Potter, especialmente por su indefinición de la magia y el empleo de esta como deus ex machina socorrido pero al mismo tiempo extrañamente coherente con el mundo creado.


«El buen cine es es ese que te hace creer que su universo es persistente y sus personajes coexisten contigo tras haber salido de la sala, como si existieran por el mero hecho de pensar en ellos, como ocurre en El mundo de Sofía»


Muy a su pesar, muchos aficionados habrán salido o saldrán de la sala echando de menos más referencias, más nexos de unión, más puentes narrativos entre las aventuras del joven aprendiz de brujo y el viaje del señor Scamander en la Nueva York de la posguerra. Para mí, sin embargo, ha sido todo un acierto olvidarse de todo eso, porque el nuevo ambiente, las nueva estética, los personaje de verdad adultos y una trama en la que a ratos asoma la historia política del último siglo hacen de Animales fantásticos y dónde encontrarlos una película que gana enteros en atractivo respecto a muchas de las anteriores entregas. La utilización de una historia escrita ex profeso ha tenido que ver, desde luego, y, curiosamente, es una que puede suscitar más interés del que cabría prever desde la óptica del análisis narrativo.

 

La trama de de la película destaca, en primer lugar, por tomar prestados del videojuego dos planteamientos narrativos. El primero, el de desperdigar por un mapa más o menos grande una serie elementos a recolectar, que en este caso son las criaturas de Newt Scamander; y, el segundo, usar los llamados puentes rotos. Desde los mundos abiertos de Ubisoft hasta la tediosa búsqueda de los ocho fragmentos de la Trifuerza en The Wind Waker, al videojuego le ha encantado siempre mandarnos a buscar cosas que se han roto en mil pedazos: los fragmentos de luna oscura en Luigi's Mansion 2, las piedras y medallones de Ocarina of Time, los mementos de To the Moon... A ratos, Scamander parece ser un trasunto del jugador moderno al que, ¡sorpresa!, todo le sale mal por conveniencia del guion. Animales fantásticos emplea la citada técnica de los puentes rotos para alargar su acción, mandando todo al garete en el último momento y haciendo que la manera rápida de hacer las cosas ya no sea válida y haya que dar un rodeo que nos permita llegar al mismo sitio. Y por si quedaba algún escéptico que negara las influencias, no solo tenemos los puentes rotos tan frecuentes en Uncharted, sino que también está eso de que todo se rompa, se desmorone, cruja y explote que tanto gusta en las bombásticas aventuras de Nathan Drake.

 

No me malinterpretéis: no estoy comentando esto como algo malo. Y es que, todas estas cosas que en muchos videojuegos se hacen repetitivas y hasta tediosas de ver, se llevan en la película con pulso firme y notabilísima dirección. Todo está bien implementado, en su justa medida y donde debe estar. No es la trama más original del mundo, y tiene momentos predecibles a la legua, pero sigue siendo espectacularmente sólida, visualmente impecable e indudablemente entretenida. Hasta ahí es adonde llega mi crítica y hasta donde, creo, llegará la crítica más general. Lo que ocurre que es que hay más, porque es una película que va un paso más allá. ¿Qué, de verdad creíais que se iba a acabar tan pronto uno de mis artículos? Ilusos, pero si llevamos solo mil palabras de nada...


«No es la trama más original del mundo, no, y tiene momentos predecibles a la legua, pero la película sigue siendo espectacularmente sólida, visualmente impecable e indudablemente entretenida»


El aspecto quizá más chocante —hasta el punto de que puede hacer que el espectador menos avezado se pierda en la trama—, es la poquísima exposición pura con la que cuenta la película. Lo cual, tratándose de un mundo de fantasía con tantas cosas que explicar como este, es, a priori, muy de extrañar. A lo largo de sus dos horas y quince minutos de metraje no encontramos más de dos o tres momentos en los que la acción se ralentice de verdad para exponernos la trama al estilo más tradicional. En Animales fantásticos y dónde encontrarlos todo es más delicado, más sutil, y, de algún modo, más inteligente. Aunque esto, pensándolo bien, posiblemente no sea de extrañar. Evan Puschak, conocido en YouTube bajo el pseudónimo de The Nerdwriter, ya apuntaba en enero que la saga Harry Potter, en cuanto que literatura juvenil, cumplía con su función de instruir al lector adolescente e introducirlo en los mecanismos y técnicas narrativas de la literatura adulta. Análogamente, tal y como él mismo comenta, en su adaptación al cine, la saga Harry Potter se ocupó —y se sigue ocupando— de luchar contra los más que incipientes síntomas de analfabetismo fílmico que acusa el público. Así las cosas, no es de extrañar que sea otra obra de Rowling la que intente dar un paso más allá para acercarse a un cine más inteligente, más fílmicamente complejo, que cuente sus historias sin recurrir a una exposición aburrida, lineal y aleccionadora de los hechos.

 

De todo esto, evidentemente, pueden inferirse muchas cosas. La más importante, a buen seguro, es que el cine de Hollywood se ha visto obligado a dar un paso al frente para evitar su inminente declive ante otros medios audiovisuales en alza, como las series o, sin ir más lejos, el videojuego moderno. Animales fantásticos y donde encontrarlos es el testimonio de una industria que ha entendido que el espectador inteligente solo aparece con el cine inteligente, y que dotar a la superproducción hollywoodiense de un mayor nivel intelectual en sus planteamientos narrativos era la única manera de burlar a la muerte que se cernía sobre el cine palomitero de los noventa y principios de milenio.

 

Ahora, creo, solo falta escribir un diario similar al de Newt Scamander, titulado Cine inteligente y dónde encontrarlo, en el que ir recogiendo todas las películas que no reniegan del cine de entretenimiento, por así decirlo, más comercial, pero que dotan a sus obras de un nivel intelectual —como poco en la manera de contar sus historias— algo más alto. Lo más seguro, eso sí, es que esta guía no cuente con un prólogo de Albus Dumbledore.