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Un vivalavirgen y gente timorata

En una entrevista reciente le preguntaban a Tom Holland cómo describiría él a Peter Parker, a lo que Holland respondía lo siguiente: «Peter Parker es cualquiera de nosotros [...] Parker vive las mismas cosas que cualquier otro joven de su edad, aunque lo hace dentro de un universo diferente». Leí esto tras ver Spider-Man: Homecoming, y, desde entonces, me resulta evidente que todos los problemas que tiene la película son, en última instancia, de carácter puramente ontólogico. Porque no, Peter Parker no es cualquiera de nosotros. Peter Parker no vive lo mismo que cualquier otro joven de su edad, y quien diga lo contrario, niega su esencia y, por tanto, simplemente miente.

 

En el año 2002, la adaptación al cine de Spider-Man, dirigida por Sam Raimi y escrita por David Koepp, comenzaba con la voz en off de Peter Paker diciendo lo siguiente: «¿Que quién soy yo? ¿Seguro que queréis saberlo? El relato de mi vida no es apto para gente timorata. Si alguien os dijera que es un bonito cuento infantil, si os dijera que yo era un tipo como cualquier otro, un tipo normal, un vivalavirgen, ese alguien sería un mentiroso. Mi relato, como todos los que merecen la pena contarse, gira en torno a una chica: esta chica. Mi idealizada vecina, Mary Jane Watson. La mujer a la que ya amaba incluso antes de fijarme en las chicas».

 

Ahora que Spider-Man: Homecoming se ha estrenado, es muy fácil caer en el tópico de que las originales de Raimi lo hacían mejor. Porque sí, las de Raimi lo hacían mejor, pero no por ceñirse más o menos al cómic o por respetar más su universo, sino por hablar de algo y hablar de ello bien; por hablar de los temas que se derivan de la esencia del personaje. Raimi aportaba un enfoque a sus temas, a sus situaciones y a sus personajes. Volver a ese mismo enfoque sería un error, porque llevaría a una comparación en la que la nueva visión tendría, por nostalgia, todas las de perder. En este contexto, la tarea que había de afrontar su nuevo director, John Watts, era harto complicada. Se trataba, por un lado, de adaptar el personaje a 2017, al mundo de internet, los móviles y las redes sociales; por otro, hacerlo encajar en el dichoso Universo Cinematográfico de Marvel; y, entre medias, salir airosa como una digna interpretación del personaje. Así las cosas, es lógico que la tercera reinvención de Spider-Man haya tirado por otros derroteros. Lo triste es que no ha encontrado un camino que, respetando la esencia del personaje, le permita cambiar todo lo demás sin dejar de resultar interesante. Donde Raimi hablaba de A, John Watts no habla de B, sino de algo a mitad de camino que acaba siendo la nada.

 

Spider-Man: Homecoming es otra película de Marvel cortada por el mismo patrón de las imágenes sosas pero impecables, perfectas pero asépticas. Nada en Homecoming se siente tan visceral como en las primeras, ni tan cercano, ni tan doloroso. Aquí predominan los brillitos, los flashes, la ultratecnología extraterrestre de última generación y los rascacielos que dan al traste con la belleza arquitectónica del skyline de Nueva York. No hay sentido arácnido, porque Tony Stark ha preparado un traje de varios millones de dólares que dos chavales de quince años han hackeado con un portátil en un hotel. Los poderes dan más bien igual, porque teniendo quinientas maneras de lanzar telaraña, una asistente de voz y toda clase de cachivaches en el traje, ¿quién necesita pensar en maneras ingeniosas de enfrentarse a enemigos más fuertes y más letales? Precisamente por todo ello es más interesante que nunca volver a esas primeras líneas del guion de David Koepp para ver cómo adelanta tres de los ingredientes fundamentales del personaje y cómo los ha afrontado Homecoming: la esencia de Peter Parker, el núcleo de su historia y la identidad del lugar en el que transcurre. En definitiva: quién es Peter Parker, de qué va su historia y dónde tiene lugar.

 

 

La respuesta a la primera pregunta es la más interesante y las más complicada, y en torno a ella gira toda la ficción del personaje. «¿Que quién soy yo? ¿Seguro que queréis saberlo?». La frase nos adelanta la complejidad del problema y nos advierte de que es ahí donde estriba el núcleo de toda la ficción: la doble identidad de Peter Parker, que se debate entre utilizar o no sus poderes, entre afrontar la responsabilidad que conlleva ese poder o llevar una vida normal. Los poderes de Peter no son más que una metáfora, un bonito símbolo mediante el que representar cómo crece, madura y decide si afronta la maldad que hay en el mundo que le rodea. En definitiva, el dilema barojiano entre el observador y el hombre de acción. Su mensaje es indudablemente universal, pero no su protagonista. Parker discurre acerca de hasta qué punto esa responsabilidad debe recaer en sus hombros, en los de Spider-Man o en los de ambos, pues son inseparables, pero pese a la universalidad de sus conclusiones, las reflexiones están determinadas por unas condiciones solo suyas.


«Los poderes de Peter Parker no son más que una metáfora, un bonito símbolo del dilema barojiano definitivo. El mensaje de Spider-Man es indudablemente universal, pero no su protagonista ni sus circunstancias —personales e intransferibles—»


Tom Holland, en cambio, no tiene grandes problemas a este respecto. Es Spider-Man porque ser Spider-Man está guay, mola mil, le permite codearse con los héroes que idolatra. Es un chico a todas luces irresponsable, descuidado, lejos del personaje al que se refería Jordi Costa al hablar de Spider-Man 2, «el quintaesencial superhéroe adolescente, atormentado, estresado y perplejo», que acababa saliendo adelante haciendo lo correcto y con buen humor. Volviendo a esas primeras líneas de la película original, Peter Parker deja claro que «si alguien os dijera que yo era un tipo como cualquier otro, un tipo normal, un vivalavirgen, ese alguien sería un mentiroso». Sin embargo, el Parker de Holland es un tipo de lo más normal, un vivalavirgen, animado, lanzado, bastante lejos de cualquier atisbo de timidez. El nuevo Peter Parker es un chico de quince años que no es especialmente popular, pero que encaja perfectamente en los círculos en los que se mueve y que, de hecho, es muy apreciado en ellos; incluso por la chica que le gusta y que debería ser inalcanzable.

 

Surge aquí la segunda cuestión, que en la introducción de la original se ocupa de poner en marcha la historia: «Mi relato, como todos los que merecen la pena contarse, gira en torno a una chica: esta chica. Mi idealizada vecina, Mary Jane Watson. La mujer a la que ya amaba incluso antes de fijarme en las chicas». La trilogía de Raimi va, en última instancia, de ella. No en vano la secuela abre y cierra con un primer plano de Kirsten Dunst. Mary Jane representa todo a lo que aspira la mitad «normal» de Peter Parker. Simboliza la vida que podría llevar de ser un tipo normal; un vivalavirgen que evidentemente no es. Homecoming cambia a Mary Jane por Liz Toomes, lo que en sí mismo viene a ser irrelevante, pues el problema no radica en el nombre, sino en que su personaje es plano, soso y con poco que decir. A Peter le gusta Mary Jane porque es el símbolo de todo lo que no puede alcanzar por su condición de héroe enmascarado. Asimismo, Mary Jane es un personaje más complejo, pues también a ella se le aplica el problema de la doble identidad. Por un lado, está la cara que da al mundo, donde es la chica popular del instituto, que muestra interés por los chicos guapos y los coches con los que estos alardean. Por otro, es una chica que pretende salir del entorno tóxico y agobiante que es su casa, su barrio; huir de su padre para poder convertirse en actriz y vivir su vida soñada en un mundo que está solo al otro lado del río.

 

 

Liz Toomes no hace nada especial más allá de ser una chica atractiva. Vive con una familia que la quiere, tiene amigas, es guapa, popular y vive en una espectacular villa en un bonito barrio residencial. Pese a que es popular, Liz puede ser quien se propone, y de hecho no tiene problemas en mostrarse como la chica inteligente que es y socializar con gente muy variada al pertenecer al club de Decatlón Académico. Este círculo, que debería funcionar como el lugar en el que se reúnen los raritos del instituto, está frecuentado por la propia Liz y por Flash Thompson, lo que hace que cualquier parecido con lo que pretende conseguirse en las originales sea casi mera coincidencia. Liz Toomes no es más que un interés romántico de dudosa continuidad, que acaba sirviendo más para un giro de guion efectista que para hablar de lo que se deriva de la esencia del personaje principal.

 

Finalmente, la secuencia inicial de Spider-Man permite adivinar una tercera cuestión, que sirve de respuesta a la tercera pregunta planteada al principio: ¿dónde transcurre todo? O, mejor dicho: ¿por qué Nueva York? La película comienza con Peter Parker montando en un autobús que les lleva de Queens al centro de la ciudad, y posteriormente los personajes se irán a vivir a Manhattan. Mary Jane quiere convertirse en una actriz de éxito en Broadway porque, en definitiva, es allí donde ocurre todo, no en las tristes calles de Queens. Los personajes de Raimi quieren salir, hacerse adultos, afrontar esas responsabilidades por mucho que pesen. Mientras tanto, el personaje al que interpreta Holland está más preocupado por caer bien, salvar el mundo y montar el Lego de la Estrella de la Muerte.

 

Nueva York —y en concreto Manhattan— es un personaje más en Spider-Man por constituir el fondo reconocible, los rascacielos sobre los que Spidey se balanceará hasta el infinito. Homecoming no incluye esta estampa, y es tal vez lo que más se echa en falta al salir de la sala. El traje y sus poderes son para Peter una suerte y un castigo: el peso de hacerse adultos. El balanceo a través de los edificios, lejos y muy por encima de las vidas normales que lleva la gente de a pie, es la expresión última de la libertad que supone para Peter Parker ser el hombre araña; poder hacer eso, pero manteniéndose oculto. Oculto para camuflar su miedo, para proteger a sus allegados y para protegerse a sí mismo. Libre donde nadie más puede serlo y donde no hay nadie más con quien serlo. El vecino y amigo que no puede quitarse la máscara y no es por tanto ni vecino, ni amigo; sencillamente, Peter Parker. Desde luego no alguien normal, no alguien corriente, no un vivalavirgen. Si alguien nos dijera lo contrario, ese alguien nos estaría mintiendo. Al fin y al cabo, este no es otro que el protagonista de un relato no apto para gente timorata.