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De camino a Whole Foods

Se llama Julia, pero podría llamarse Nicole, o James, o Andrea, o tal vez John. Su película favorita es Interstellar. También le gustan El club de la lucha, La lista de Schindler y Las ventajas de ser un marginado. Y Origen, claro. Origen no podía faltar. Con un poco de suerte confiesa que disfrutó con Harry Potter, aunque Star Wars es una frontera que no se atreve a cruzar: la peligrosa línea de lo friki. En cuanto a música, está muy al día en el mundo de lo indie. Indie en general. Si le preguntas por los libros que le marcaron, dirá que 1984, de George Orwell, y Cosmos, de Carl Sagan. Y Harry Potter, por supuesto.

 

No obstante, lo que más caracteriza a Nicole, o a James, o a Andrea, o tal vez a John es sin sombra de duda su incansable avidez intelectual. ¿Sus intereses? La filosofía. Así, como concepto general. Sobre todo, Nietzsche. Sí, Nietzsche tiene mucho éxito entre Nicole, James, Andrea y John. También les interesa la historia. Y la ciencia. La psicología, sin duda, es fuente de multitud de conversaciones interminables. La sociología tampoco se queda atrás. En su tiempo libre no les hacen ascos a conversaciones sobre literatura, cinematografía, ecología o activismo. El problema es, por desgracia, que no tienen a nadie con quien hablar de todo eso. Alguno de ellos, ligero de cascos y de pocas luces, dice estar también interesado en videojuegos. Tarda poco en darse cuenta de lo poco intelectualoide que suena y corre a borrarlo antes de perder algún match.

 

Hay pocas premisas tan genuinamente ciertas como la que reza la pantalla de entrada de la aplicación móvil de The School of Life: «Despite everything, the modern world remains a lonely place, where it can be hard to find intelligent conversation and friendship». Visto así, la última brillante no tan brillante idea de Alain de Botton es un Tinder para listos. Un Tinder para hablar de filosofía; así en general. O sea, un Tinder para listos.

 

No quiero desahogarme antes de tiempo. No sin haber dado antes contexto. En realidad, tampoco quiero desahogarme, porque no es que la aplicación esté pensada mal del todo. The School of Life, el canal de YouTube, siembre ha jugado a estar en la cuerda floja entre lo genial y lo despreciable; un punto de referencia intelectual para el día a día al tiempo que un lugar en que su supuesta neutralidad ideológica es olvidada a la primera de cambio. Alain de Botton tiene sus cosas. Cosas entretenidas, como ese Essays in Love (1993) que acabaría inspirando 500 Days of Summer (2009); un par de vídeos muy interesantes; una sátira sobre la sapiosexualidad; una notable reflexión sobre si somos unos depravados. Tiene también un vídeo sobre Wittgenstein que me valió un sobresaliente en segundo de bachillerato. Y ya.

 

Está siendo un desastre esto de dar contexto, así que intentaré resumirlo un poco. Seguro que todo el mundo conoce más o menos The School of Life: un canal de YouTube expandido después a red de centros físicos alrededor del mundo en los que se trabaja la inteligencia emocional. Se buscan respuestas a los grandes dilemas de la sociedad primermundista desde una óptica pretendidamente racional, con sus referencias filosóficas aquí y allá. Porque, se supone, nos han enseñado a escribir comentarios de texto y a resolver integrales inmediatas (tal vez ni eso), pero nadie nos ha enseñado a ser buenos amantes, buenos hijos, buenos vecinos. Nadie nos ha enseñado a vivir.

 

Debo reconocer que, si bien es tal vez excesivo tildar a De Botton de filósofo, es casi el primero de su especien en el siglo XXI. Un pensador que llega a sus lectores no a través de pesados ensayos y conferencias transcritas desde Cambridge, sino desde YouTube, con vídeos breves, directos, que obligan a pensar un poco en un formato fácilmente consumible. En lo que siempre falló The School of Life fue, sin embargo, en la terea de poner en practica todas esas soluciones milagrosas a las relaciones de pareja, a los estudios, a las trayectorias profesionales frustradas y a las preocupaciones millennial. Decidieron entonces que una aplicación móvil era la idea perfecta para poner en contacto a todos esos seres socialmente disfuncionales que acudían a su canal en busca de guía espiritual. Así las cosas, tras un año olvidada en la App Store (Android no es tan de listos, pero la plebe también merece pensar: habrá versión compatible en 2018), la aplicación ha sido relanzada con un vídeo que pervierte el significado de la frase original, la de hacer del mundo moderno un lugar menos solitario, y la ha convertido en un Tinder para listos. Uno roto y que no funciona. Uno que refleja una imagen triste, deprimente y poco halagüeña de los usuarios que la habitamos.

 

No tengo muy claro por qué estoy escribiendo esto. Es, creo, porque no dejo de ver un curioso patrón conforme desciendo entre los perfiles de desconocidos en la app. Veo a Julia, a Nicole, a James, a Andrea y a John, —me veo a mí—, y calculo que la media de edad roza los 40. Con suerte los 35. Y resulta desolador. Los perfiles de madres cincuentonas diciendo estar interesadas en hablar de filosofía; como si la aplicación fuera a salvarlas de su rutina gris y desesperante. Como si aún no fuera demasiado tarde. Hombres de 45, incapaces de ocultar lo banal de las preguntas que se hacen y lo soporífero de los temas que proponen en sus perfiles. Y lo mismo pasa con los de 30. Y con los de 25. Y con los de 20. Y conmigo.

 

No dejo de pensar en el capítulo de la segunda temporada de Master of None en que esa chica le enseña a Dev cómo todos los tíos en Tinder abren conversaciones diciendo «hey», «hi», «hello». Como todos, en un lado y en otro, se cree especiales por el match y, sin embargo, nadie sabe qué decir. Porque nadie sabe cómo hablar «de filosofía». Todos dicen que querer hablar de esto o de aquello tan profundo, pero nadie sabe cómo empezar una conversación sobre derecho internacional o inteligencia artificial. Al menos no más allá del nivel superficial. Seguramente porque no se puede. Seguramente porque los que decimos querer hablar de eso no tenemos ni idea de lo que queremos hablar. Porque nadie es tan listo. Y si no hay listos, ¿qué sentido tiene un Tinder para listos?

 

Al César lo que es del César: en las dos semanas que llevo registrado en la app de The School of Life he llegado a tener un par de conversaciones realmente interesantes. He llegado a conectar intelectualmente con otros, y he leído y escrito tres o cuatro frases seguidas que invitaban a darle un voto de confianza al programa. El resto no, el resto han sido aburridas y harto banales, supongo que como es de esperar. Con todo, incluso los más llamativos de los perfiles acaban deparando poco o nada de interés. La mayoría de usuarios deja chats a medias al ver lo inútil de la app. El diseño tampoco ayuda, y es sorprendentemente común tener una larga lista de personas con las que ha habido likes mutuos y ninguna conversación empezada. Porque nadie sabe cómo decir hola.

 

No es que no se hayan dado cuenta lo propios ideólogos de The School of Life. De hecho, hay una especie de foros abiertos en los que se postean con frecuencia unas Conversation Starters con preguntas pseudointeresantes que no llevan a ninguna parte. Todos responden esperando prender la chispa de lo que acabará siendo una conversación fructífera, profunda y duradera. Y, sin embargo, el resultado es una interminable lista de comentarios cada vez más genéricos, insulsos y aburridos, que no dejan sino entrever lo fantástico de las personas que los escriben al tiempo que su horrible monotonía.

 

Se me ha pasado un par de veces por la cabeza empezar una conversación con el «Going to Whole Foods, want me to pick you up anything?» de Dev, pero es imposible saber quién ha visto Master of None y quién no: no hay sección para series favoritas en el perfil. Se conoce que ver Netflix no es de listos.

 

Noel Arteche

En San Sebastián, a 8 de diciembre de 2017