· 

Transfinito

SALVIATI: […] Luego si aseguro que todos los números, incluyendo tanto cuadrados como no cuadrados, son más que los cuadrados a solas, debo estar diciendo la verdad, ¿no es así?

SIMPLICIO: Ciertamente, así es.

SALVIATI: Si preguntara cuántos cuadrados existen, alguien podría responder que hay tantos como sus correspondientes raíces, puesto que cada cuadrado tiene su propia raíz y cada raíz tiene su propio cuadrado, mientras que ningún cuadrado tiene más de una raíz y no hay raíz con más de un cuadrado. Dado esto por sentado, debemos decir que hay tantos cuadrados como hay números, pues estos son tan numerosos como sus raíces, y todos los números son raíces.

SAGREDO: ¿Qué debe entonces concluir uno en estas circunstancias?

SALVIATI: Tal y como yo lo veo, solo podemos inferir que la totalidad de los números es infinita, y que los atributos igual, mayor y menor no son aplicables a cantidades infinitas, sino solo a lo finito.

GALILEO GALILEI

Discurso y demostración matemática en torno a dos nuevas ciencias (1638)

 

Quinta exclamación.

Quinta en dos minutos, a razón de un veinticuatroavo de exclamación por segundo.

A todas luces, demasiado.

Miren Alona se vio obligada a dejar sobre la mesa el libro que estaba leyendo. Era imposible concentrarse así.

Giró levemente la cabeza para ver a un chico y a una chica discutiendo sobre un montón de papeles. Ella no tendría más de dieciocho años. Él tendría veinte.

Él fue el primero en hablar:

―Dirás lo que quieras, pero esto no lo entiende nadie.

―¿Por qué? No es tan raro.

―Raro es un rato. ¿Cómo has dicho que las llamas?

―Aliteraciones sugeridas.

―Aliteraciones sugeridas, pero vamos a ver: la aliteración es o no es, no puede sugerirse, Andrea, haz el favor.

―¿Por qué no?

―Porque no se entiende. A ver ―dijo rebuscando entre los folios―, esto de aquí: «poesía, filosofía, p-energía» ―recitó agitando el folio frente a ella―. ¿Dónde leches hay una aliteración en este verso? ¡¿Dónde?! Que yo la vea.

―Por Dios, que no es una aliteración, que es una aliteración sugerida.

―Pues a mí no me sugiere una mierda.

Ella suspiró, le quitó el folio de las manos y lo puso sobre la mesa. Empezó a argumentar señalando la línea a la que se refería él:

―No sé, a mí me resulta bastante sencilla: «poesía, filosofía, p-energía». La aliteración está en la pe. Pe en poesía; pe al comienzo de filosofía, que si lo escribes en inglés es philosophy y lleva pe; y pe en p-energía.

Miró a los lados y se encontró con la mirada atenta de Miren, que se rio suavemente al establecer contacto visual.

Él tragó saliva y volvió su mirada al verso en cuestión:

―Pero es que «p-energía» no existe, es un recurso cutre para cuadrar el verso ―insistió.

―Por supuesto que no existe. Y en inglés philosophy se escribe con pe, pero se pronuncia efe.

―¿Entonces?

―Entonces, ¿qué?

―¿Cómo que qué? Pero si me estás dando la razón. Eso no es ni aliteración ni es nada.

―Al contrario. Está precisamente para sugerirle la aliteración al lector. Está ahí para obligarle a pensar más allá del verso, para buscarle formas alternativas. Al obligarle a pensar en lo convencional de la forma descubre que lo importante es el mensaje, no el estilo.

El chico tragó saliva, miró a todas partes y después la miró fijamente a ella con el labio mordido. Luego suspiró, se puso en pie y se abotonó el abrigo. Volvió a mirar a Andrea, como si fuera a sentenciar algo más, pero alzó las cejas, volvió a bajarlas y cerró la boca.

Recogió su mochila, y ella apartó la mirada de la puerta mientras él salía de la cafetería. Por la manera en que ocurrió, daba la sensación de que no era la primera vez. Nadie dijo adiós.

―A mí me ha gustado ―interrumpió Miren alzando un poco la voz―. O sea, en mí ha surtido ese efecto. Lo de buscar el mensaje y olvidarse del estilo.

Andrea la miró desconcertada hasta que sonrió, tímida.

―Gracias. Supongo que tiene que ver con la pronunciación.

―No lo sé. Eso sí, has conseguido que mirara en Google si la «p-energía» existe. Pocos poetas dominan esas aliteraciones transmediáticas.

Andrea la miró más desconcertada si cabe, volvió la mirada al suelo y luego otra vez a Miren, donde se perdió en algún punto de su chaqueta.

―Pocos lectores están dispuestos a tener semejante fe ciega y generosidad a la hora de leer aliteraciones ―dijo.

―No sé yo si mi fe es tan ciega, pero lo cierto es que la p-energía es de hecho algo real ―repuso Miren enseñándole en su móvil los resultados de la búsqueda de Google―. Lo equipamientos fotovoltaicos parecen algo fascinante.

Andrea rio y no supo qué más decir. Miren siguió hablando:

―Por otro lado, supongo que las aliteraciones deben leerse con fe ciega o no leerse. Pienso que la generosidad es de algún modo inherente a la actividad de leer poesía. Tal vez a la actividad literaria en su conjunto.

―Imagino que depende de cómo de mala es la poesía; no sabría decir si la mía merece tanta generosidad ―repuso sorprendida―. Pero sí, tiendo a estar de acuerdo con eso. O sea, quiero decir, que hay que dar al autor tiempo más allá del que dedicas a leer lo que escribe. Hay algo más. Algo que tú das. Mi poesía no es gran cosa hasta que la gente se enmarca en ella. El poeta debe dejar el espacio justo para la generosidad del lector.

Miren la miró de soslayó y comentó lo evidente:

―O sea, que escribes poesía.

―Escribo poesía.

―Suena interesante. El escritor wannabe es siempre un sujeto fascinante.

―Eso suena a que tú te consideras una escritora wannabe ―dijo Andea conteniendo la risa.

―Por supuesto. Soy indudablemente el ejemplo típico de libro de texto de una escritora wannabe. Puede que yo misma haya acuñado el término para refirme a mí.

―Esa es una aliteración preciosa.

Miren no la captó esta vez. Andrea rompió el silencio:

―¿Y qué escribes? ¿O qué esperas escribir? ¿O que intentas esperar escribir?

Miren se tomó unos segundos:

―Oye, ¿quieres sentarte?

Andrea aceptó. Recogió el mar de folios que cubría su mesa y se movió a la mesa de Miren.

―Andrea ―dijo teniéndole la mano.

―Miren.

―Encantada. ¿Qué escribes, Miren?

―Agh, usar el verbo escribir en presente no es tal vez lo más adecuado. Solía escribir mucho relato breve. Gané algunos concursos, luego escribí una novela… Y luego empecé la universidad, básicamente.

―Bueno, pues eso suena absolutamente genial. Has conseguido un montón. No por los concursos, porque eso son logros mainstream y no es necesario que haga notar lo impresionante que es que hayas ganado varios porque están construidos para validar su propia capacidad de impresionar. Solo en conseguir haber escrito todo eso ya muestras pasión ―aseguró Andrea―. ¿Qué es lo que te impide ahora actuar en presente simple de indicativo? ¿Por qué no seguir escribiendo ficción?

―La falta de tiempo, fundamentalmente. Se me ocurrió la brillante idea de estudiar dos carreras simultáneamente, y eso no deja mucho tiempo para una rutina de escritura. Me encantaría escribir una segunda novela.

Andrea se mostró realmente sorprendida:

―De hecho, yo estaba pensando en hacer exactamente eso. ¿Es factible?

―¿Escribir una novela?

―No, ojalá. Estudiar dos grados a la vez.

―Supongo que, si le pones ganas y mucho interés, tampoco es para tanto. Dejé el francés para tener algo más de tiempo y estudio dos o tres asignaturas de la segunda carrera al año, o sea que puedo mantener las cosas manejables. Estudio Ingeniería Informática y Matemáticas; segundo y primer año, respectivamente.

―Entiendo ―asintió Andrea―. Suena muy parecido a lo que pensaba hacer yo. Planeo hacer el segundo grado en el doble del tiempo previsto.

―¿Qué quieres estudiar?

―Ingeniería Industrial, por un lado; Filosofía y Ciencias Políticas, por otro. Sí, ya sé, eso significa que no soy una ingeniera de verdad.

Miren no comprendió y Andrea lo adivinó en su rostro:

―La Ingeniería Industrial es una rama interdisciplinar de la ingeniería, que se mete más a temas de negocios y gestión, lo que significa que parte de la Física y otras asignaturas técnicas que estudiarías en los últimos años, desaparecen. Es una broma típica lo de decir que los ingenieros industriales no son ingenieros de verdad.

―Ya. Los informáticos tenemos que aguantar bromas de esas constantemente porque a algún imbécil se le ocurrió llamarlo Ingeniería Informática en vez de Ciencias de la Computación.

―¿Tienen mucho que ver las matemáticas y la informática? ¿Tanto como para estudiar las dos?

―Muchísimo. La Matemática Discreta, la Lógica y la Teoría de Lenguajes Formales en particular son la base teórica de la informática. Por otro lado, hay algo en el formalismo y la belleza de la demostración matemática, en el rigor, que me atrae muchísimo.

―El rigor y la belleza de la demostración matemática ―repitió Andrea―. Suena genial. Siempre he pensado que las matemáticas son una increíble búsqueda espiritual. Hemos creado medios tan complejos para expresar el universo que nuestra manipulación de esa expresión refleja realidades universales ―Apoyó la barbilla en su mano izquierda antes de seguir―. Sea lo que sea eso que acabo de decir, es épico.

―Expresiones que reflejan realidades universales ―repitió a su vez Miren―. Y también irrealidades. Richard Feynman decía que los matemáticos solo se preocupan del razonamiento, no de lo que están diciendo o si de lo que están diciendo es siquiera cierto, y hay algo atractivo en encontrar verdades indudables a partir de reglas que no tienen nada que ve con la realidad. En cualquier caso, no es que yo tenga habilidades matemáticas brutales. Me considero más bien una matemática wannabe.

Andrea no pudo evitar reírse:

―Cualquiera diría que tu identidad se construye a partir de un montón de wannabes. Hay algo poético en eso ―confesó―.

―Yo lo veo más bien preocupante.

―No, para nada; es precioso. Tu futuro es la suma de todas tus identidades. Esa búsqueda multidireccional significa proponerle al universo un futuro de potencial infinito. Qué genial saberse abierto a distintos caminos.

―Sí, bueno, todo eso suena genial, pero ¿cuánto hay de alcanzable en todos esos objetivos? Escribía Luis Landero algo así como que «era a veces mayor el júbilo de saberse poeta que la motivación necesaria para enfrentarse a la página en blanco».

―Me parece una cita de los más adecuada. La página en blanco es un problema serio ―comentó Andrea con la mirada perdida en el techo. Volvió a mirar a Miren―. Has dicho antes que no tienes tiempo para una rutina de escritura. ¿Cómo es eso? ¿No eres capaz de escribir si no tienes una?

Miren se lo pensó un poco:

―Digamos que cuando se trata de escribir algo gordo, sí, me viene bien una rutina. Si solo escribo de vez en cuando, mi estilo se ve influenciado por lo que sea que haya estado leyendo recientemente, y el resultado es inconsistente. Está guay cuando quieres experimentar, pero, a la larga, es un desastre.

El rostro de Andrea se iluminó.

―Es genial encontrar a alguien a quien le pasa lo mismo. Cuando estoy leyendo ciertas cosas, me encuentro conque mi monólogo interior suena muy parecido a la narración del autor. No es un problema… hasta que Charles Dickens comenta tus duchas y tu rutina matutina.

Las dos se rieron a la vez.

―O sea que tu poesía se ve muy influenciada por duchas con Charles Dickens ―aventuró Miren.

―Sí, algo así.

―Entonces, ¿por qué poesía?

―Bueno, por el momento escribo para otros. No necesito mi poesía aún. Soy increíblemente privilegiada en que las palabras nunca me han fallado. Siempre han salido de mi boca cuando las he necesitado. Y me he dado cuenta de que no es algo que le ocurra a todo el mundo. Así que escribo para aquellos que no pueden. Escribo para la expresión de los que de otro modo permanecen en silencio. Escribo las palabras que no encuentran. O al menos lo intento.

Miren la miró fascinada.

―Eso suena a que escribes poemas para que tus amigos impresionen a su crush.

Andrea volvió a reírse, asintió y se colocó bien las gafas:

―Algo así. No dejes que mi elocuencia te engañe: la poesía es algo trivial ―bromeó.

―Y ¿cómo sabes que esos que permanecen en silencio o silenciados quieren decir lo que tú pones en sus bocas? ¿Cómo sabes lo que quieren decir si no pueden decirlo?

―Ah, por Dios, no. Nunca pondría en la boca de nadie palabras mías. Las pongo en el mundo, para que tal vez alguien las encuentre. Y las encuentre familiares. Sí, eso es. Algo familiar; y puede que algo satisfactorio.

―¿Publicas algo de eso?

―Tengo una cuenta de Instagram. Poca cosa, cerca de 2500 seguidores. Es como si el arte permeara en sus timelines con cada scroll.

―¿Por ejemplo?

―«Vale / Estoy en casa».

Miren sonrió y asintió, despacio.

―Es lo más anticlimático y, a la vez, lo más épico que he oído en dos versos en mucho tiempo.

―Gracias. El problema es que es realmente todo demasiado corto. Me gustaría escribir algo más largo, algo más personal.

―¿Cómo esto? ―preguntó Miren señalando el taco de folios sobre la mesa.

―Sí, algo así. Me gustan más mis poemas largos. Siento que importan más.

―Al chico que ha salido antes no parecían importarle tanto ―repuso Miren.

―Ya. Es mi novio, se supone. Está un poco chapado a la antigua. Él también escribe, pero es todo demasiado clásico, demasiado formal. Es bueno, pero le falta alma, creo. Lo mío es…

―RSV ―dijo Miren.

―¿RSV?

―Lo dice un personaje de una novela que me gustaba mucho de pequeña: realismo social vanguardista. RSV.

―Algo así ―aceptó divertida.

―¿A la gente le gusta lo que publicas?

―Sí. La gente comenta. Dicen que mi estilo es sorprendentemente preciso y limpio. Mi novio, en cambio, cree que es algo deslavazado y demasiado enigmático.

―Nada es nunca demasiado enigmático, creo.

―En Instagram lo es por fuerza. Dos o tres versos en bruto, tal cual. Cada uno que los lea como quiera. No hay mucho donde agarrarse. Yo desaparezco como autora, y la obra tampoco da margen para estudiarla. En el fondo está todo en lector.

―No sé si deducir de eso que eres de las que piensa que la única forma legítima de entender una obra es despojándola del autor y de la visión del lector.

―No; en general, no. Pienso que la única forma de entender algo realmente es estableciendo su contexto. Es egoísta despojar al autor de la obra. ¿Qué opinas tú?

―Estoy de acuerdo, aunque la idea de tener obras etéreas, independientes y autocontenidas es atractiva; demasiado matemática como para no sentirme atraída. Pero sí, creo que dar contexto es vital. Por otro lado, sí que es cierto que el contexto puede despistarte. Me ocurre con Pierre Lemaitre. Al conocer su biografía, tiendo a ver a su mujer en todos sus personajes femeninos. No sé si es cosa mía o si realmente guardan un parecido, pero de no saber quién es él y con quién está casado, mi visión sería más pura, no habría interferencias entre el libro y yo. Esto no quita que me pone muy de los nervios cuando un libro de texto introduce postulados y teoremas sin hablar de las personas a las que se les ocurrieron.

―Nunca había pensado en eso último.

―En Matemáticas, por ejemplo, entender la filosofía detrás del Cálculo o la Teoría de los Cardinales Transfinitos es mucho más fácil si conoces el contexto en que Newton o Cantor las desarrollaron. Son cosas sensatas, cosas que tú inventarías si estuvieras en su lugar.

Andrea iba a responder, pero el camarero apareció junto a la mesa: cerramos en cinco minutos.

Andrea guardó sus folios, Miren marcó la página en su libro, se enfundaron en sus abrigos y salieron a la calle tras abonar la cuenta.

―¿Vives con él? ―dijo Miren mientras se anudaba la bufanda.

―¿Con mi novio? No, qué va. ¿Quieres hace algo?

Miren miró el reloj: las nueve y media de un miércoles. Estaba todo cerrado.

―¿Sabes el cine que hay a dos manzanas? Echan una retrospectiva de Éric Rohmer esta semana. Creo que esta noche tocaba Cuento de primavera.

―Me encantaría ir. Siempre me ha gustado Rohmer, aunque lo encuentro algo…

―¿Limitado?

―Sí, limitado. Como poco imaginativo, queriendo ser tan sencillo y costumbrista que se vuelve ciego a ciertas realidades.

―Lo compensa con lo épico de sus anticlímax.

―Y a veces lo compensa el espectador.

 

Noel Arteche

En San Sebastián, a 2 de enero de 2018

 

NOTA

 

El diálogo de este relato está íntegra y fielmente inspirado en una conversación real, por lo que sería deshonesto decir que cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Lo cierto es, no obstante, que he arreglado todo un poco para no vulnerar la privacidad de nadie y para que hubiera cierto simbolismo. Gracias a la persona que lo hizo posible, que de leer esto ya sabrá quién es, y perdón por semejante desastre narrativo. Estoy en baja forma.

 

N. A.