· 

La divulgación científica

La divulgación es parte inseparable del método científico. Puede que no figurase en su formulación original en el Discurso del método, pero sin ella hoy la ciencia no tiene sentido. Al contrario de lo que dice Glados en Portaland science gets done, we do what we must because we can»), la ciencia debe tener un objetivo eminentemente humano. Si nos la guardamos para nosotros, si no la mostramos a los demás, los descubrimientos viven en un vacío; aislados, inútiles. Y, con todo, aunque parte esencial del proceder científico, la divulgación, cuando se hace mal, le hace flaco favor a la ciencia.

 

Resulta necesario hace una distinción fundamental entre los tipos de divulgación existentes. En primer lugar, la «divulgación indirecta», es decir, la explicación superficial de teorías o ideas en productos ficcionales. Es el caso de la famosa escena del «equilibrio de Nash» en Una mente maravillosa, en la que Ron Howard dirigió en 2001 a un Russell Crowe cuya interpretación de John Nash estaba más interesada en dramatizar su esquizofrenia que en mostrar sus progresos en la demostración de la hipótesis de Riemann o sus contribuciones a la teoría de juegos. Es también el caso de la brevísima descripción de las aportaciones de Stephen Hawking a la física en La teoría del todo, preocupada por poner de manifiesto el drama humano derivado de su enfermedad y sus consecuencias en la relación con su mujer. Pasa, por supuesto, en The Imitation Game, en la que nadie habla de la máquina universal o el problema de la decisión. En segundo lugar, la «divulgación de entretenimiento». Aquí los conocimientos científicos (o históricos, filosóficos, musicales...) llegan descafeinados y empaquetados en un formato que quiere volverlos divertidos. Es el caso de los los libros de historia que quieren remarcar que esta es una materia maltratada en las aulas que, bien contada, se transforma en un precioso relato. Son los libros que proclaman que «las mates son divertidas» o que «en este breve volumen se responde a los más profundos misterios del universo».

 

Son todos ellos trucos de marketing que le hacen flaco favor a la ciencia. Las matemáticas no son divertidas; son fascinantes, difíciles, desafiantes, estimulantes y muy interesantes... pero no son divertidas. Estos productos de divulgación entrañan una contradicción peligrosa: envían el mensaje de que, fuera de esos libros, la física es tediosa, la historia es soporífera y las matemáticas jamás serán una asignatura interesante en la escuela. Es evidente que hace falta un cambio de mentalidad, uno que aboca inevitablemente a huir de este tipo de divulgación que quiere contraponer «divertido» a «aburrido», cuando hay decenas de antónimos disponibles ahí fuera. Con el contexto y el rigor adecuados, la divulgación de la ciencia puede llegar a enganchar más que el último best seller de Dan Brown. Ahí está el estupendo ejemplo de La música de los números primeros, de Marcus du Sautoy, sobre el que Umberto Eco escribió: «Soy del todo incapaz de dar con el siguiente número primo de una serie, pero he experimentado vértigos metafísicos al devorar este libro».

 

Muchos de los productos concebidos para el gran público contribuyen a la cultura general, sí, pero solo como efecto colateral, pues su objetivo principal es el entretenimiento, no la contribución a la ciencia ni formar parte del proceder científico. La verdadera divulgación no humaniza la ciencia; esta ya es humana por naturaleza. La buena divulgación solo aumenta el espacio para la reflexión humanística de las ciencias y motiva el interés de los lectores.

 

Hace casi cien años, Wittgenstein arremetía en su Conferencia sobre ética contra la divulgación mal hecha: «otra alternativa habría sido darles lo que se llama una "conferencia de divulgación", es decir, una conferencia orientada a hacerles creer que comprenden una cosa que de hecho no comprenden y gratificar así lo que creo que es uno de los deseos más bajos de la gente moderna, a saber, la curiosidad superficial por los últimos descubrimientos de la ciencia». La frase permanece perfectamente actual. La buena divulgación conmueve tanto a los legos en la materia como al más sabio de entre los expertos; da contexto, sintetiza, pone de relieve la belleza del descubrimiento y pone a este en la posición ideal para ser sujeto de reflexión humanística. Debemos recordar que la divulgación no puede ser jamás una actividad pasiva; no es una forma mediante la que tener una idea general sobre algo. El lector debe querer formar parte de la discusión que esta genera.

 

Noel Arteche

En San Sebastián, a 20 de febrero de 2019